martes, 7 de junio de 2016

DONOSTILANDIA 2016

—Leer a partir del 2017—
 

Érase una vez una ciudad muy bonita, muy bonita; donde cada uno vivía en su casita. Había palacios, jardines y edificios señoriales para acoger a los turistas de todos los lugares; y había mucha policía de varios colores, que  iban y venían en níveos coches, con sirenas y luces azules; y tenían, además, un simpático helicóptero para las manifestaciones.

En Donostilandia todo el mundo trabajaba, porque eran cocineros. El alcalde sonreía y sonreía, y como sobraba mucho dinero, y estaban muy contentos, decidieron organizar un montón de eventos.

En el año dieciséis del segundo milenio —después de La vida de Brien—, esto fue lo que pasó:

Hubo olas de energía
que llegaron de la mar
y llenaron la bahía
desde el Peine al Bulevar

 Desde todos los lugares
arribaron a millares
vino el rey    vino Leticia
ay que gusto que delicia

Y todo fue muy bonito
en la capitalidad
mucha gente mucho grito
por toda la ciudad
por toda la ciudad

El alcalde muy contento
bajó a las obras del Metro
y arrojó sobre el invento
un buen chorro de cemento

Hubo muchas recepciones
el obispo hizo gestiones
y soltaron a los presos
de todas las prisiones

También hubo marcha verde
a esa España que se pierde
huyeron como demonios
llevándose los tricornios

Con tantas invitaciones
se gastaron cien millones
para todos los gorrones
comidas y habitaciones

Diez mil palomas soltaron
por aquello de la paz
y cagaron y cagaron
por toda la ciudad
por toda la ciudad

—Tan blanca la dejaron
que algunos creyeron
que había llegado la Navidad—

Y aquí acaba este cuentecillo de Donostilandia
donde algunos fueron muy felices
y otros terminaron    
hasta las narices.